Ed. Diario Progresista, 04 de abril de 2015
Desde hace décadas las asociaciones de personas con enfermedad mental y sus familiares han luchado en contra de la estigmatización de la enfermedad mental. Ese es su principal problema, al menos en España. Y es que de ese estigma al odio abierto, la discafobia, hay un paso.
El caso de Andreas Lubitz, el copiloto con enfermedad mental que provocó el accidente de avión que el pasado martes provocó la muerte de 150 personas, hizo que en seguida surgiera la discafobia en
las redes sociales y en los medios. Pronto surgieron los voceros del odio culpando al copiloto por su condición de enfermo mental, parece ser que aquello que es un eximente o atenuante en nuestro
ordenamiento jurídico y en la mayoría de ordenamientos jurídicos, para parte de la población se convierte en un agravante. Esto, tiene una sola explicación, el odio y la estigmatización, provocados a
su vez por el miedo a lo desconocido.
Sobra decir que después de cualquier análisis racional del s. XXI, esta persona está exenta de toda culpa, ya que, aunque Andreas ocultase determinados documentos a Lufthansa, si esta compañía
hubiese actuado con el debido celo profesional, hubieran inhabilitado a este profesional. ¿Culparíamos a un niño diabético de su enfermedad por esconder golosinas? No, ¿verdad? La enfermedad mental,
debidamente diagnosticada y controlada no debe suponer un problema para desarrollar, (dentro de sus capacidades), una vida normal. Pero si, como parece ser el caso, está fuera de control y
supervisión, invalida toda acción del sujeto al no regirse este por un código moral y de razonamiento que podríamos considerar asumible socialmente, pudiendo ser, (y aquí viene lo importante), un
peligro para sí o para quien le rodea. Evidentemente, dejar a una persona con depresión no tratada debidamente o curada, ponerse a los mandos de un avión entra dentro de esta definición, siendo
responsable quien se lo permite.
Pero, ¿que empuja entonces a esos ataques de odio a la enfermedad mental o discafobia? Creo que la respuesta es tan antigua como la humanidad: Miedo a lo desconocido, perjuicios y cierta histeria
colectiva.
La enfermedad mental, históricamente se ha visto como algo malo, por ser algo que realmente se desconoce. En cada momento histórico, las personas con enfermedad mental han sido lo peor en cada
momento: Personas endemoniadas, ”pervertidos/as sexuales” según la sociedad del momento, adversarias políticas dementes, asesinas, terroristas, o simplemente mujeres liberadas.
Esto, ha llevado a crear un prejuicio histórico sobre la enfermedad mental. Un prejuicio que ha perseguido durante mucho, mucho tiempo a estas personas.
Si juntamos esas dos cosas con un suceso trágico que actúe como detonante, lleva a la gente a una histeria colectiva donde se busca un chivo expiatorio a quien culpar y ese chivo expiatorio es la
persona con enfermedad mental.