Ed. Diario Progresista, 15 de mayo de 2014
Recuerdo una escena de mi película favorita, Amadeus. En ella, el compositor de la Corte en Viena, Antonio Salieri, le decía a Mozart que los vieneses solamente aprecian una obra cuando saben cuando aplaudir mediante un “chan” final en cada acto. Algo así pasa en la política actual y la política sobre discapacidad y dependencia no es la excepción. Me explico.
La población busca frases hechas cosas que muevan sus entrañas, actos vistosos y frases que enganchen. La gente necesita imágenes a las que seguir, cual fariseos. Se trata de tener un discurso fácil de entender y que quepa en el ritmo televisivo. Siempre que esto no caiga en la telemendicidad o el discurso paternalista, estoy de acuerdo con ello, puede ser interesante, no tengo nada en contra de la difusión y la visibilidad de los problemas, pero paralelamente debe haber un trabajo político y social serio y continuado. Siguiendo con el ejemplo, ¿qué sentido tendría un grandioso final donde aplaudir sin la ópera entera?
Desde estas líneas reivindico el trabajo de quienes sin apenas difusión trabajamos día a día en parlamentos, partidos y asociaciones por la discapacidad, haciendo aburridos textos que nadie lee, pero que todo el mundo disfrutará mañana. Si, con la cabeza bien alta reivindico la labor que los políticos y políticas hacen, posiblemente cuando se ausentan de los Plenos, entre otros momentos. Si, en esos momentos en los que la ciudadanía da rienda suelta a su populismo y les empieza a insultar cuando ve un hemiciclo vacío por la tele. Es en estos momentos cuando sus señorías consultan a los cuadros de sus partidos y representantes de las asociaciones para crear una “partitura” cuya interpretación sea beneficiosa para las personas con discapacidad y dependientes.
Por desgracia, o más bien por fortuna, esas partituras no se hacen correctamente a la primera, como hacía el Maestro Amadeus, en política eso sería estar en dictadura. Estas obras se crean después de muchas correcciones, tachones, relecturas y reescrituras, en forma de enmiendas y consultas, lo cual implica reuniones, decenas de borradores, asesoramiento técnico, asociativo y jurídico. Amén de discusiones en los pasillos y las comisiones.
Después de todo esto, llega la escenificación mediática en el hemiciclo, momento en el que algún parlamentario o parlamentaria suelta un chascarrillo y esa es la noticia en programas de éxito y redes sociales.
Por todo ello, yo quiero romper una lanza por aquellos quienes directa o indirectamente trabajamos en silencio, mientras oímos como nuestro trabajo es resumido en frases pegadizas, cuando no menospreciado directamente con frases como: “Todos son iguales”.
En fin, es lo que toca en la sociedad de la imagen y los discursos rápidos. Pero yo me pregunto: ¿Cómo haría Karl Marx para hacer que los trabajadores y trabajadoras del s.XIX, muchos y muchas casi analfabetos, se leyeran libros gordos y sin “santitos” ni fotos de gatitos?